El horno de cal
Para construir un horno de cal, lo primero que había que hacer era buscar un lugar adecuado, que estuviera al lado de una ladera de montaña, preferentemente en la solana, donde fuera fácil obtener piedra caliza como materia prima y leña para el compbustible: aliagas, brezo, coscoja, romero … Las paredes eran circulares y la construcción venía a ser una especie de cilindro de mampostería, más o menos óptimo, lucido con mortero en la pared interior.
Al fondo se excavaba un hoyo llamado ‘culo de la olla‘. La boca se construía a ras de suelo y quedaba siempre abierta para añadir continuamente leña con una horca muy larga durante el extenso proceso de cocción de la piedra. El material se ordenaba de abajo hacia arriba, de modo que tomaba la forma de un óvalo, con las piedras más grandes y de mejor calidad colocadas hasta la mitad del horno; el resto se llenaba con piedra más pequeña que sobresalía un poco por encima el borde del margen.
Construida la hornada, se tapaba con tejos de cal muerta, piedras y tierra para que no se escaparan las llamas, aunque se dejaba un agujero en el montón del horno para facilitar la combustión.
La operación era complicada ya la vez arriesgada, la cal no siempre salía de la calidad requerida. A veces, la lluvia se convertía en un enemigo terrible y la dificultad para encontrar la cantidad de leña adecuada era una angustia. El horno de la Budellera quemaba con leña procedente de “els plans”. Al cabo de unos tres o cuatro días de combustión y tan sólo cuando salía humo blanco, se podía apagar el fuego porque era la señal esperada para terminar el proceso. Entonces se destapaba la boca y se dejaba enfriar durante un cuatro o cinco días.